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— 187 Otro día presentaron al venerable capuchino, que era ya apellidado el Santo de Tolosa, una niña, María Emma Chauvet, de Clermond-Ferrand, enferma hacía mucho tiempo de un absceso de frío y caries del hueso en la cabeza. «Haga V, una novena a la Virgen, dijo a la madre.—Ponga tres veces cada día agua de Lourdes sobre la cabeza de la niña, repitiendo en cada una por tres veces: «Nuestra Señora de Lourdes, curadla.» Confiese y comulgue al principio, en medio y al fin de la novena, y le aseguro que sanará la enfermita. »El primer día de la novena—escribe la madre— se curó radicalmente mi hija. Sus cabellos volvieron a brotar en pocos días, y mi novena fué una novena de acción de gracias.» M. Charaux, distinguido Profesor de Grenoble, afirmaba ser deudor al P. María-Antonio, casi tanto como a la Virgen de Lourdes, de la desaparición de un reumatismo crónico, que le había atacado al brazo, imposibilitándole todo trabajo de pluma, «Quería a todo trance confesarme con este hombre eminente; pero ¡cuánto trabajo me costó el poder llegarme a él! Las gentes le rodeaban con una confianza sin lími- tes. Las pobres mujeres, víctimas de los carteristas, imploraban su protección con una familiaridad admira- ble, y el buen Padre pedía limosna para ellas. Pudimos con dificultad llegar a la Basílica, y después de buscar en vano en la iglesia, en la sacristía, en el campana- rio, un rincón libre de curiosos, donde poder confe- sarnos, no tuvimos más remedio que bajar a la Cripta, deteniéndonos cerca de un altar, mientras otros veinte O treinta penitentes se alineaban uno tras otro para

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