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A A qdo 186— Rivalizando en celo y caridad con los meritísimos siervos de los enfermos, los camilleros de Lourdes, llamábase también a sí mismo camillero y enfermero: pero enfermero y camillero de las almas. Todos los peregrinos querían verle, hablarle, habiendo personas que iban a Lourdes con el solo intento de ver al capu- chino de Tolosa. Si no le hallaban, se detenían ala vuelta en esta ciudad para ir al convento, donde a menudo tampoco le encontraban. Las gentes con su sencillez habitual aseguraban que el P. María-Antonio ayudaba a la Virgen a hacer los milagros. En cierta ocasión, decíanle algunos sacerdotes de Poitiers: «¿Pero Padre, nos vamos a marchar sin haber obtenido ni una sola curación? Venga a rezar con nosotros.» Fué con ellos a la gruta y allí les hizo rezar, no a gritos, como lo ha dicho Huysmans, sin haberle visto ni oído, sino con voz grave, lenta; y he aquí que se verifican uno tras otro varios milagros. El primer año que se organizó en Lourdes la Procesión del Santísimo Sacramento, el P. María-Antonio subió al púlpito, y leyó la serie de curaciones obtenidas aquel día. «No hay más que nueve—exclama de repente—y esto no basta para acompañar a Nuestro Señor. Se necesitan doce, que representen a los doce apóstoles. Poneos todos de rodillas, besad el suelo y rezaremos con los brazos en cruz.» Al dar la bendición con el Santísimo, ya no son tres solamente, sino cuatro los enfermos que se levan- tan curados de las piscinas. Eran con esto trece los que acompañaron al Señor, porque la Reina de los Após- toles quiso tener también su representante en aquel nuevo colegio apostólico.
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