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todo en una palabra, irradia vida, todo conmueve, atrae y subyuga, al mismo tiempo que edifica.» Y ¿quién sabe si de entre los jóvenes a quienes dedi- camos este libro no surgirá algún P. María-Antonio? Llena de pasión por el ideal, ardiente, caballeresca, ávida de nobles combates, ¿cómo es posible que no oiga la juventud el vibrante llamar a las armas, la señal del ataque, que resuena en cada una de las pági- nas que forman la vida de nuestro esforzado y va: liente luchador? Cuando el asalto dirigido cóntra la Iglesia, contra la Patria, contra todo lo que debe amar y respetar un corazón noble y generoso, es tan gene- ral y violento, los jóvenes, desbordando entusiasmo, se aprestan como un solo hombre a la defensa. Nume- rosos e intrépidos les vemos ejerciendo por el mundo el apostolado de la propaganda, ocupados en toda clase de obras sociales. ¿Por qué no han de venir algunos a engrosar las filas de las Órdenes Religiosas, tanto más, cuanto con mayor esplendor ciñe sus frentes la aureola de la persecución? ¿Por qué no han de comba- tir bajo la bandera que empuñan con mano fuerte un San Francisco, un Santo Domingo, un San Ignacio y en cuyos pliegues se halla grabada, en indelebles caracteres, la gloriosa enseña: Verdad, celo, amor a la Crug,..? Al lado de estas almas juveniles vemos otras, cuyo corazón late con mayor violencia todavía a impulsos de una santa indignación, deseando arrojar de su Patria al enemigo. Son las almas que, por vocación o por estado, defienden sobre la tierra la causa de Dios y los verdaderos intereses del pueblo; son las almas de los Sacerdotes. ¿Hay, por ventura, entre ellos, quien,

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