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181 hijos ha injuriado usted a la Madre.» El periodista todo confundido, no tuvo más remedio que ponerse de rodillas ante la imagen de María, que había en el aposento, y pedirla perdón. Tan azorado estaba el pobre señor, que al levantarse tiró al suelo la imagen rompiéndole uno de los brazos. Las palabras del Misionero no expresaban tan sólo la tradición de su Orden; eran también efecto de la ardiente devoción de su alma, a la que daba libre curso donde quiera que se le ofrecía ocasión oportuna. Era el hijo, el siervo de María, su Obrero, su Apóstol, su ciego y dócil instrumento, sin que jamás llegara a apartarse de Ella. Todos sus trabajos y Misiones, más eran obras de María que suyas, y éste fué y no otro el secreto de los frutos admirables y prodigiosos que alcanzó en su predicación. AA AA A ie
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