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— 180 > Fan grande era su amor a María. Toda roca, todo picacho elevado que encontrase por los campos, no eran para él otra cosa que pedestales obligados de la Virgen. Una gruta natural, la fragosidad de un terreno le traía a la memoria la gruta y las frago- sidades de Lourdes, y soñaba convertirlo en lugar de peregrinación para ofrecérselo a la Inmaculada. «Convendría poner allí una estatua de Nuestra Sra. de Lourdes»—decía en cierta ocasión al señor Párroco de Sieuras, al descubrir una fuentecilla de agua, bajo las bóvedas de una roca.—«Sí, pero se necesitaría que fuese de hierro fundido y no tengo dinero para comprarla.»—«No se apure usted por eso; rezemos el Ave María, y la Virgen nos ayudará.» Y efectivamente, tan pronto les ayudó que, dos días después, llegaba al pueblo la imagen; se construía el nicho y el domingo siguiente se terminaba la Misión, con la solemne dedicación de aquella gruta a María, convertida en facsímil de la gruta de Massabielle. Tal y tan grande era su amor a María—volvemos a repetir—que se consideraba una misma cosa con ella. —Bien lo experimentó un periodista católico de Castres, quien, por enaltecer y adular a otra Orden Religiosa, había hecho con gran ligereza una com: paración indigna, de la que no salían bien parados los Capuchinos. El P. María-Antonio Je llamó, y con tono severo le reprendió diciendo: «Mire usted, por esta vez le perdono; pero es necesario que desagravit usted ahora mismo a la Virgen, porque ha de saber, que, siendo Ella la Madre de los Capuchinos, no deja pasar sin castigo las ofensas que se hacen a su Orden Ella ha sido la ofendida, pues hablando mal de los
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