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-— 177 años después de esta victoria conseguida transitoria- mente por el infierno, fuí a predicar la Cuaresma a la iglesia de San Luis, y allí encontré un día, detrás del coro, la colosal estatua completamente ennegre- cida y monstruosa. Su vista me entristeció profunda- mente el alma, y prometí a mi Madre que si Ella me prestaba ayuda, bien pronto su imagen, toda dorada y resplandeciente, se vería colocada en el campanario de la iglesia. En verdad, que necesitaba para ello poner en práctica toda su omnipotencia suplicante; pero así lo hizo, como no podía menos de esperarse.» Los que tienen idea de los interminables y enojosos trámites que era necesario seguir entonces para hacer aprobar a los Arquitectos del Estado y demás emplea- dos del Gobierno, planos que no habían trazado ellos, sobre todo si se trataba de reparaciones y modifica- ciones de iglesias y monumentos religiosos, compren- derán fácilmente los obstáculos que se habían de presentar a tal proyecto. Así es que fué incalculable el número de cartas, mensajes y visitas que durante toda la Cuaresma se cruzaron entre la Parroquia, el Obispado, la Alcaldía y la Prefectura. El Prefecto afirmaba que nada podía hacer él, sin una orden superior del Ministerio, El Arquitecto pre- tendía que una estatua de metal con su armazón interior de hierro, era de un peso demasiado conside- rable, y que el levantar aquella mole, aun descom- puesta en partes, hasta la altura del campanario, constituía un verdadero peligro, dada la debilidad de las grúas de que se podía disponer, y esto sin contar el que las paredes de la torre no poseían la resisten- cia suficiente para sostener tanto peso. Como se ve, 12.—P. MARÍA-ANTONIO,
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