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E lentamente hacia el precipicio para llenarlo poco a poco. De este modo, en un tiempo relativamente corto, quedó transformado dicho terreno en una sober- bia explanada, cubierta de hermosos árboles, entre los cuales se levantaba severo y majestuoso el recuerdo de la Misión, siendo hoy aquel lugar uno de los más concurridos de la ciudad, por el especial atractivo que posee. Al anochecer del día en que se inauguró, tuvo lugar una grandiosa procesión con antorchas, en la que tomaron parte más de diez mil personas, cantan- do y aclamando de tal modo a María, que algunos protestantes, testigos de tan patética ceremonia, estu- vieron a punto de convertirse, pues se les oyó expre- sar el gran sentimiento que tenían de no ser ellos también católicos para poder participar de aquellas nobles y consoladoras expansiones del alma. Pero uno de los monumentos más hermosos que el celo y el amor del P. María-Antonio levantó a su Madre, es «la Virgen dorada» que se eleva sobre el campanario de San Luis de Cette, y a la que los marinos saludan de lejos llamándola «Vtra. Sra. de los Mares». La estatua, de ocho metros de altura, y mode- lada con placas de cobre labrado, era fruto de una suscripción popular, y estaba destinada a conmemo- rar en toda la comarca la proclamación dogmática de la Inmaculada Concepción.—«Pero; ¡ay!—exclama el P. María-Antonio—el infierno se conmovió ante el triunfo de María. La suscripción tuvo que suspen: derse a causa de la guerra que hicieron las Logias, Y el hermoso proyecto quedó sepultado en el olvido, y al parecer sin esperanza de poder realizarse. Diez

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