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a, - tl Rdo. P. Bernardino Bousset, General de los Tercia- rios Regulares, entonces seminarista y testigo ocular del hecho, por ser uno de los cantores que iban en la procesión. «La misión que el célebre Capuchino se hallaba predicando en la ciudad, debía clausurarse con la inauguración de una estatua de la Santísima Virgen, de cuatro metros de alta, que representaba a la Inmaculada Concepción de María. La estatua, recién sacada de los moldes, había llegado en el tren hasta la estación de Soual, distante cinco kilómetros del pueblo. »El P. María-Antonio anunció que el domingo se había de ir a recogerla en procesión, y que se traería al pueblo sobre una carroza de triunfo, tirada por los mozos. La noticia produjo un entusiasmo delirante. Desgraciadamente el día se presentó lluvioso, y el entusiasmo empezó a decaer entre la gente. El Misio- nero, sin embargo, no parecía renunciar a su plan. El Párroco, de acuerdo con otros señores del pueblo, juzgó más prudente hacer que trajeran la imagen en una carreta de bueyes, antes que el Misionero se diera cuenta de ello, ya que era poco menos que imposible efectuar la procesión con un tiempo semejante. Por otra parte, no podría menos de alegrarse el buen Misionero viendo la estatua ya en el pueblo y pronta a ser colocada sobre su pedestal. Como se pensó, se hizo. Prepararon, pues, la sorpresa para el tiempo de la Misa Mayor, pensando que el Capuchino daría las gracias a los iniciadores de la idea por su previsión. No conocían al celoso Apóstol de María. »—¡Qué!—exclamó, al saber lo que pasaba — ¿se RR pre

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