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— 171 — señalado a Rodez, acompañada de todos sus montañe- ses, llenando de alegría el alma de Monseñor Bourret, que consideraba aquel triunfo del Capuchino como un verdadero milagro. Ni uno solo de los más célebres Santuarios, cen: tros de grandes peregrinaciones, dejó de ver y acla- mar a nuestro Misionero. En Francia: Ntra. Sra. de las Victorias, Ntra. Sra. de la Guarda, Fourvitres, la Salette, Pellevoisin. En Italia y España: Ntra. Señora de Loreto y Monserrat. De todos ellos nos ha dejado escritas páginas admirables. Ya veremos más tarde lo que hizo en Lourdes, y cómo la Inmaculada, desde el principio de sus apariciones, señaló al P. María- Antonio un lugar de predilección a la sombra de su gruta. Pero no se vaya a creer por esto que solamente en las peregrinaciones y romerías fué donde cantó a María el fervoroso Capuchino. Habiéndola tomado desde un principio como Patrona y Auxiliadora de los trabajos de su Apostolado, consagraba a tam buena Madre todas y cada una de sus misiones, resultando de aquí que todas ellas se convirtieran en una serie de triunfos de la gracia, al mismo tiempo que resultaban triunfos de María, merced a la industria del predi- cador. No sólo cantó las glorias, le consagró iglesias y fundó confraternidades y asociaciones marianas, sino que procuró asimismo con todas sus fuerzas que se levantaran en las plazas y paseos de las ciudades, imágenes y monumentos a la Reina de los cielos. Se puede afirmar sin exageración alguna, que en su ardiente amor a María cubrió con sus imágenes todo el mediodía de Francia. En Jas colinas, en los
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