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— 169 — las dulzuras de vuestro amor, y donde sentí que vues- tro corazón latía en el mío. Allí conocí a mi Madre, Gracias a Garaison, he llegado a ser, Madre mía, vuestro Apóstol. Gracias a Garaison canto vuestras glorias por todas partes, mientras espero el momento de ir a veros, amaros y cantaros en el cielo,» En aquel vetusto Santuario, archivo de antiquí- simas tradiciones, se encontró un día a los pies de su Madre, la hizo amar de todos y cantó sus alabanzas en el solemne día de la Coronación. Después de pasar toda la noche en el confesonario, sin tener un momen- to siquiera de descanso, se le vió, como a otro San Francisco el día de la Porciúncula, recorrer uno a uno todos los grupos de peregrinos y aprovecharse de la altura que le brindaba un banco, un montón de maderas o una pequeña elevación de terreno, para arengar con palabra caldeada a las multitudes, “haciendo que aclamasen a la gran Reina con todo el entusiasmo de su corazón. Fué a tomar de prisa cual- quier alimento, y sin pararse a descansar ni un solo minuto, salió de nuevo por las calles, donde encon- trando a un sacerdote, amigo suyo, le dijo: «Todavía son muchos los peregrinos que no se han confesado, vamos a trabajar por María»; y sentándose en el con- fesonario, estuvo confesando hasta el momento mismo dela coronación de la Virgen, en que subió al púl.- pito para pronunciar el sermón. No obstante, uno de los mayores triunfos que con- siguió durante su vida de Apóstol, fué el de Nuestra Señora de Ceignac, Parroquia situada cerca de Rodez, cuyos habitantes acababan de sublevarse contra el señor Obispo, porque éste, a fin de dar mayor solem-
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