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= 167 »Acababan de descubrir y vencer al demonio, no sólo ellos, sí que también el joven y valiente luchador que escapó, con su espiritualismo y humildad poco común, del burdo lazo que le tendiera el demonio del orgullo, con las exageradas alabanzas que de él hizo a la pobre familia a quien traía engañada.» Y ¿qué diremos de la alegría con que el fervoroso siervo de la Virgen acudió siempre a las peregrina- ciones, que se efectuaban en honor de su Madre, y en las que no dejó jamás de manifestarse como instru- mento de las misericordias de María? ¡Cómo explo- taba en semejantes ocasiones la estupenda energía de su constitución de hierro, entregándose a trabajos gi- gantescos y esfuerzos sobrehumanos! Predicaba al aire libre a multitudes inmensas, tres y cuatro veces al día, abandonando el confesonario para subir al púlpito, ba- jando de éste para continuar oyendo a sus penitentes. Comía de prisa, a cualquier hora, y corría a ocupar de nuevo su sitio de trabajo en el lugar más silencioso y oculto de la Iglesia. «El día no me basta—escribía en cierta ocasión a una persona—para levantar a tantos como caen rendidos a los repetidos llamamientos de María, y me veo precisado a emplear también la noche.» En recompensa de los muchos y asiduos trabajos que en bien de las almas efectuaba, llegó a conquistar en Livrón cierto derecho de ciudadanía para sí y para la Orden Capuchina, a la que quiso encargarse desde ntonces la dirección de todas las peregrinaciones. Si semejante proyecto no pudo realizarse, al menos tuvie- ron todos la dicha de oir al elocuente Misionero can- tar las glorias de María, como orador oficial, el día solemnísimo de la Coronación.
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