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— 165 — »Sobre la primera pregunta, las respuestas fueron completamente satisfactorias; pero cuando se trató de la eternidad, el espíritu, aunque parezca raro, empezó a enseñar la oreja.—«La eternidad tendrá un término —dijo—se acabará cuando venga la Era de Dios.» — Le hice observar, que no eran esas las enseñanzas de la Iglesia y del Evangelio. «El Evangelio nos lo ha dado el Papa, y tú nos has dicho que el Papa es infa- lible.» —«Pero vosotros no tenéis el verdadero Papa» me replicó. —«Pues entonces tú nos debes decir dónde está el verdadero Papa; de lo contrario quedará demostrado que eres un espíritu malo.» Ante esta observación la mesa dejó de golpear, y guardó un prudente silencio. Era que, a pesar de su habilidad, el gran engañador de los hombres había ido demasiado lejos en sus respuestas. Después de algunos minutos de silencio, inventando un subterfugio pueril, contestó: —+La indiscreción de tus preguntas, atrajeron un mal espíritu que ocupó mi lugar; pero ahora, yo, el buen espíritu, me encuentro de nuevo aquí.» —Le volví a hacer la misma pregunta y tuvo la franqueza de confesar que la eternidad no tendrá fin, y que nosotros los católicos estábamos en posesión del yer- dadero Evangelio y del verdadero Papa Pío IX; y por último, que entre el Papa y los espíritus, es al Papa a quien hay que obedecer.» Al oir semejante respuesta, no se le ocultó al Misionero el buen terreno en que se hallaba, y prosi- guió preguntando: —«¿Debemos obedecer al Papa y a la Iglesia en todo?»—+<Sí.» «¿La Iglesia de Dios prohibe invocar los espíritus?»>—«Sí.»—«Pues si la Iglesia lo prohibe ¿por qué has venido aquí, tú, que
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