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164 pueblo, los cuales, antes de responderle definitiva. mente, pusieron en conocimiento del señor Arzobispo de Auch lo que ocurría. Este resolvió que podía el Capuchino presenciar como juez la sesión de espiri. tismo que se le ofrecía, sesión que, por no poder asis- tir el P. María-Antonio a casa del militar, tuvo lugar en la habitación misma del Padre, contigua a la Capilla de la Virgen milagrosa, a donde acudió aquél acompañado de su mujer e hija. El Misionero nos ha dejado relatada la escena de este modo. «Se colocó una mesita en medio de la sala, Al empezar la sesión, les volví a repetir que perma- necía completamente ajeno a toda evocación que pudieran hacer y que no asistía sino como testigo. Ellos a su vez protestaron que no querían comunica: ción alguna con el demonio, ni con los espíritus malos, y para que me convenciera de ello, se pusie- ron a rezar en voz alta. Después empezó la evoca- ción. Al poco rato se manifestó la presencia del espí- ritu con tranquilos movimientos de la mesa, que se fué inclinando delante de cada uno de nosotros, como para saludarnos. Inmediatamente, con el fin de ver el efecto que en el espíritu producía, coloqué sobre ella mi Cruz de Misionero. La mesa dió entonces algunos golpecitos, que en el lenguaje espiritista simbolizan las letras, y dijo: Yo la adoro. Siguió hablando algún rato, y sirviéndome de medium la esposa del militar, le hice dos preguntas sobre puntos fundamentales de la Religión, en los cuales había encontrado poco explícitos y casi sospechosos a los espíritus. Estos puntos eran; la autoridad del Soberano Pontífice, y la eternidad de las penas del infierno.

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