BCCPAM000R08-4-10000000000000

Pa a E A 7 pb $ qe — 162— por excelencia para mover y levantar hacia el cielo las grandes y pequeñas ciudades; ahora bien; cada Misión es un combate donde el Misionero encuentra luchas, peligros, asaltos, todos los accidentes, en fin, que suceden de ordinario en un campo de batalla, y ésta es la causa que me ha movido siempre a ponerme antes de empezar bajo la protección de la Reina de los combates.» No nos debe por lo tanto extrañar al vera nuestro Capuchino libre de los múltiples y variados peligros a que se vió expuesto durante su larga vida de Apóstol. A María se reconoce deudor de la conservación de su vida en un accidente, cuya relación guardamos escrita de su puño. «Comenzaba—dice—una Misión en Martres-Tolosane y tenía que subir al púlpito por una mala escalera, colocada en un departamento obscuro, contiguo a la sacristía. Por una distracción, en la que ciertamente tuvo gran parte el enemigo de las almas, el sacristán retiró la escalera mientras me hallaba predicando y se olvidó de volverla a poner en su lugar. Terminé el sermón. ¡Considerad qué caída tan peligrosa! Humanamente hablando, debiera haber muerto aquel día; pero gracias a María pude verme libre, con la dislocación del hombro izquierdo tan sólo, que inmediatamente lo puso en su lugar un médico que se hallaba entre el auditorio. Al siguiente día, volví al púlpito perfectamente curado, diciendo al pueblo, que entristecido sobremanera por el suceso me miraba lleno de admiración y de alegría: —«Ben: digamos todos al Señor y a la Santísima Virgen Vedme aún con vida. Es verdad que tengo el brazo izquierdo vendado; pero la mano, que sostiene la

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz