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CAPÍTULO XI El Apóstol de María No más torpezas.—Espiritistas convertidos.—Dejad a los bueyes en su establo.—Un precipicio allanado.—A pesar de la lluvia, —De cómo un católico insultó a la Santísima Virgen. Ya recordará el lector, como los primeros ensa- yos, que en la predicación hizo el entonces futuro Misionero, tuvieron lugar en Lavaur, durante la festi- vidad de la Virgen del Rosario. María le tomó desde aquel momento bajo su amparo, y no cesó de prote- ger y acompañar, en su larga carrera de Apóstol, al que tenía por verdadera dicha llamarse hijo suyo, y propagar su culto por todas partes. «En cuantas Misiones he predicado—dice el Padre María-Antonio —he sentido de un modo visible la protección de María, y eso que ha ya más de cua- renta años que las Misiones se suceden unas a otras sin interrupción. Cada tres semanas, o alo más cada Mes, comienzo una nueva, porque la experiencia me ha enseñado que las Misiones constituyen la palanca 11.—P, MARÍA-ANTONIO

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