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== pen y pe: vierten al pueblo con sus doctrinas y false- dades, son los que debieran encontrarse en este banquillo, llenos de confusión y de vergiienza. Pero ya lo veis, yo no temo, yo no tiemblo. Nadie envidia mi hábito de Capuchino; usted, señor Procurador, no podrá decir otro tanto, ya que en los tiempos que atravesamos no es muy segura que se diga la posición que usted ocupa. De los dos, no soy yo el más digno de compasión.» Al oir el Procurador este razonamiento, tan lleno de sentido común y de unción evangélica, cogióle con efusión las manos, diciéndole al mismo tiempo al oído: «¡Ah, tiene usted muchísima razón, Padre! Le ruego que no me juzgue por lo que acaba de pasar. Se me obligó a que le hiciera comparecer ante mi tri- bunal y lo he hecho por cumplir tan sólo con la forma; pero en mi interior, le estimo grandemente. Puede usted marchar tranquilo.» El Padre María-Antonio había convertido al Pro- curador. Esta protección tan extraordinaria que de Dios recibía el incansable Capuchino, prueba irrecusable del origen divino de su misión apostólica, no le aban- donó hasta el fin de sus días, como nos lo demuestra el siguiente hecho, redactado por él mismo en 1898 para La Semana Católica de Tolosa, «No recuerdo misión alguna durante mi ya larga vida de Misionero en la que no haya visto obrar la mano de Dios con algún golpe de su Justicia, vengando por medio de te- rribles castigos los desprecios que se hacen a su infi- nita misericordia. El golpe de que acabo de ser testigo, es demasiado elocuente para guardarlo en silencio.
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