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UY unas pobres tablas, sobre un jergón de paja, ¿qué hacen los señores redactores de Le Rappel y La De- peche? ¡Pobre pueblo! ¡Pueblo infeliz! ¿Qué dirías si llegaras a sospechar tan sólo, que esos señores que tan a menudo se llaman tus amigos, se encuentran tal vez en estos momentos contando el dinero que hoy mismo han ganado, que salen tal vez del teatro o de algún baile, fumando exquisitos cigarros, o se hallan apurando en los Casinos sabrosa copa de licor? ¡Ah! Si tuviera yo los 60.000 francos que les produce anual- mente La Depeche o los 100.000 que da Le Rappel ¡cómo alimentaría al pueblo! ¡Cuántas viudas infelices y cuántos huérfanos abandonados tendrían pan en abundancia! ¡Cuántos pobres sin albergue, encontra- rían un techo hospitalario donde cobijarse! »Señores Redactores, en vez de burlaros en las columnas de vuestros periódicos de los pobres Capu- chinos, que son los verdaderos amigos del pueblo, y de insultar a la Religión Cristiana, la única que ama de verdad al pobre, decíos a vosotros mismos y decid a vuestros amigos: «En fin, ya es hora de demostrar al pobre pueblo con algo positivo, que somos sus ami- gos verdaderos. Le dejamos que se entretenga con los Curas y los Capuchinos, pero esto no le alimenta. Pronto comenzará a darse cuenta de que le estamos engañando, y nos arrojará a puntapiés, para volver a los que se dicen y son en verdad sus más fieles amigos.» El P. María-Antonio publicó la historia de este in- cidente en un folleto humorístico, titulado Batalla de un pobre Capuchino contra los hijos de Satanás. El mismo se presentó en persona a entregar el folleto en
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