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E O — HA aa A———. a o cd eN Li ¡ON Y a 14 De Alcalde, empieza a armar un ruido infernal con sus desafinados y ya inservibles instrumentos, mientras lejos de allí, un grupo de hombres entre los cuales resaltaba la estirada figura del alcalde con sus gran. des quevedos sobre la nariz, se burlaban y reían de la procesión, sin querer descubrirse a su paso. Llegan al cementerio, y el P. María-Antonio, aludiendo en el calor de la improvisación a estos miserables, exclamó: «Hermanos míos, no os turben ni espanten los insultos que se nos hacen. Los que no quieren venir con nos: otros al cementerio para llorar por los muertos, ten» drán que venir muy pronto a pesar suyo, para ser enterrados. Nadie se burla de Dios impunemente.» Llegó el fin de la Misión, y deseando los Misione- ros organizar una procesión de triunfo por la ciudad, solicitaron del Ayuntamiento, con algunos días de tiempo, el concurso de la banda municipal. Esta peti- ción les fué denegada como era de suponer, aseguran- do la gente, que la banda estaba ya comprometida y pagada para acompañar por las calles a una cuadrilla de comediantes a la misma hora en que se organizaba la procesión. El P. María-Antonio, que no se acobardaba ni aun por mayores contratiempos, dirigióse inmediatamente a bordo del Richelien para entrevistarse con el señor Jaúreguiberry, comandante de la Escuadra del Medi- terráneo, que fondeaba aquellos días en el golfo de Jouan. Le expuso la precaria situación en que se encontraba, rogándole hiciera el favor de concederle para la procesión de la tarde la música del buque. El señor Jaúreguiberry, aunque protestante, acogió con suma afabilidad y deferencia al pobre Capuchino,

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