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— 149 — mente el edificio, marcharon a pasar un buen rato a la taberna, volviendo dos horas después a la maldita obra, para contemplar su trabajo. Apenas entraron se derrumbó el edificio sobre ellos quedando todos sepul- tados bajo las ruinas. Hasta ahora no se han conse- guido extraer más que siete cadáveres.» Todos vieron en esta horrorosa catástrofe el cumplimiento de la amenaza que el P, María-Antonio había pronunciado de parte de Dios, contra los obstinados despreciado- res de su Ley. Mas no queda terminada con esto toda- vía la lúgubre lista. En Eauze, acababa de dar principio la Misión. Después de la ceremonia de apertura, un impío dete- nía a los que salían de la Iglesia, burlándose pública- mente de los Misioneros y de la Misión. Escandali- zada una señora de tanta imprudencia, le replicó con denuedo: «Tenga usted cuidado con lo que dice, no vaya a faltarle tiempo para seguir burlándose.» Y así fué en efecto; un ataque repentino de apoplejía poníale al día siguiente ante el tribunal de Dios. No pararon aquí los tristes sucesos que acompaña- ron a esta Misión, que por otra parte resultó sobre- manera consoladora. El último día, aparecieron los edificios adornados con vistosas colgaduras, en señal del gran regocijo que todos experimentaban en sus conciencias. Solamente una casa llamaba la atención del público, pues su desnuda fachada, a más de ser por sí sola un escándalo, decía bien claro que sus moradores no querían participar de la genera] alegría. Era la casa del capitán de bomberos, quien a pesar de las instancias que se le hicieron, no quiso asistir con sus compañeros para escoltar la Cruz durante la pro-

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