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os boe ME los hombres de Misa, entraba el impío encerrado en su féretro. En la Misión que en 1868 predicó en Tonneins, una verdadera catástrofe vino a confirmar las palabras del venerable Misionero. Despreciando la oposición y protestas de las gentes honradas, habíase propuesto cierto contratista irreligioso, edificar una casa de baile, en una de las plazas más concurridas de la ciudad; y a pesar de haberse anunciado ya la Misión en el pueblo, el infeliz tuvo el atrevimiento de comen- zar sus trabajos, con la idea de poder terminarlos para el primer día de Carnaval. Llegó la Misión y no sólo continuó trabajando, sino que temiendo no acabar su obra a tiempo, hacía trabajar a sus obreros, aun en los días festivos. Repe: tidas veces fué el P. María-Antonio a rogarles no ofendieran de aquel modo la conciencia de los fieles, No se le quiso oir, hasta que cansado ya el Misionero de la inutilidad de sus esfuerzos, dijo a los obreros en la última amonestación que les hizo: —«Oidme bien, el Señor os ha de castigar muy pronto.» Terminada la Misión, marchó el Párroco a Mont: fanquín, para solucionar algunos asuntos que allí tenía pendientes. Mas apenas se había sentado a la mesa después de llegar, le entregan una carta urgente cuya sola lectura le hizo temblar y palidecer, obligán: dole a volver precipitadamente a su Parroquia antes de probar bocado. «Terrible desgracia acaba de sumer: gir en duelo a la ciudad—le escribían.—La justicia de Dios se ha dejado sentir sobre los desgraciados obre: ros de la casa de baile. Después de plantar la rama de árbol sobre el tejado, en señal de haber cubierto feliz*

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