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147 ron por teatro la Diócesis de Tolosa. He aquí algu- nos casos. Un rico burgués impío, con esa impiedad ridícula de las pequeñas ciudades, entretenía sus ocios, que eran muchos, en hacer propaganda antirreligiosa entre sus criados y dependientes, llenándoles la cabeza de prejuicios contra el Misionero. «Dejemos predicar al Capuchino—decíales un día con cierto volterianismo, —dejemos predicar al Misionero, mientras vamos nos- otros a hacer un buen almuerzo a su salud.» Se sienta a la mesa, toma el primer bocado y cae a tierra como herido por un rayo. Corrieron en busca del Párroco, pero fué inútil, el infeliz era cadáver. Ocho días más tarde, asistían todos sus amigos a los funerales del Octavario, y el P. María-Antonio, aprovechando esta ocasión, les hizo oir con toda la ternúra de su cora- zón de Apóstol las grandes enseñanzas de la muerte, anunciándoles al mismo tiempo, si no se convertían, un nuevo golpe de la justicia divina. En efecto, el viernes anterior a la clausura de la Misión, tan lejos de convertirse estaba uno de ellos, que llamando a su criada le dijo: —«Mira, hoy quiero comer una buena chuleta.» La criada rehusa ir a la carnicería, diciéndole:—«Pero si es viernes, y estamos en tiempo de Misión.» El amo se enfurece, amenaza, y la criada no tuvo más remedio que salir; mas apenas había llegado al extremo del pasillo, cuando oye un grito penetrante, desgarrador. Corre sobresaltada al cuarto donde había dejado a su amo, y encuentra tendido en tierra, completamente carbonizado, al que momentos antes, fiado en su salud, se burlaba de los preceptos de la Iglesia. El domingo siguiente, al salir

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