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an par AAA 44 e SS CAPÍTULO X Rayos y relámpagos El alguacil de Dios. —Una casa maldita.—La indignación de San Francisco.—Vencidos por la Cruz.—Batalla entre los hijos de Satanás.—El muerto a la cuadra. «Soy el Delegado, que os envía la divina miseri- cordia—decía el P. María-Antonio a los pueblos que evangelizaba.— Os traigo de parte de Dios la paz, la felicidad y el perdón; pero si no queréis aprovecharos de mis enseñanzas, el Señor os mandará otro Dele- gado de su justicia, OS mandará su alguacil.» Y este aleuacil de Dios, a que se refería el Santo Misionero, era la muerte. ¡Ah! ¡cuántas veces apareció en plena Misión su siniestra figura, ante los ojos aterrados de los pueblos, ejerciendo en ellos su desolador ministerio! Los pri: meros hechos de esta intervención misteriosa de la Providencia, en la vida apostólica de nuestro Capu: chino, intervención, tanto más sorprendente, cuanto que estaba prevista y anunciada de antemano, tuvie:

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