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¿a at e 2 - 142 usted una visita, a fin de invitarle a la Misión. Todo el pueblo acude a ella y todavía nu he tenido el gusto de verle por allí,» El hombre callaba como un muerto, —¿Por qué no vais?—insistió el Padre.—«Señor, ten- gamos paz—replicó muy secamente el interpelado.— No voy porque soy librepensador.»—«Pero, si preci. samente he venido para los librepensadores, para hablarles de su alma, de su salvación.»—«Señor, le vuelvo a repetir que me deje en paz.»—«Pero veamos, amigo mío, si no salva su alma, ¿qué va a ser de usted? Hay que pensar en el infierno.»—El misionero continuaba su sermón de este modo, mientras seguía caminando tras el asno, al lado de su improvisado com- pañero. ¡Cosa extraña! El pollino parecía comprender las palabras del Padre, pues no hacía sino volver sus largas orejas, deteniendo poco a poco el paso, como para oir mejor, y estole valió un formidable garro- tazo de su amo, Salió entonces el P. María-Antonio en defensa de la pobre bestia, aprovechándose del accidente para prolongar su plática y demostrar a aquella alma endurecida la diferencia que hay entre el hombre libre y dotado de razón y los animales que no la tienen. Cansado ya nuestro hombre de tanto sermón se encoleriza y le vuelve a rogar que se calle, diciéndole: —«No tiene usted más que seguir haciendo esas observaciones para que...» y levantó su palo amena: zador sobre la cabeza del Misionero. — «¡Amigo! ¡amigo! —replicó todavía el Padre—pensad en vuestra alma.» El palo cayó pesadamente, ensangrentando el rostro de aquel anciano, ya septuagenario. Algunos testigos del suceso quisieron castigar

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