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h A el pueblo obedeció admirablemente, consiguiendo inte- rrumpir, al menos por aquel año, el abuso inveterado de la bebida y los bailes, que tan funestos resultados iban produciendo. Pero si de ordinario tales audacias le daban el resultado apetecido, no se puede negar que a veces le llegaron también a proporcionar serios peligros, en los cuales, sin embargo, brillaba todavía con más calor la energía de su apostólico espíritu. «Cierto día — cuenta él mismo — fuimos el señor Párroco de Flourens, pueblecito no lejano de Tolosa, y yo, a ver si conseguíamos convertir a un recalci- trante burgués, que, creyéndose librepensador, no resultaba en realidad sino un /¿bre-vividor. Apenas nos vió entrar en su casa, nos recibió con estas poco delicadas palabras: «No solamente no me da la gana de acudir a la Misión, sino que, ya que tanto se empe- ñan ustedes, voy a buscar un argumento decisivo.» Subió a su cuarto y volvió al poco rato armado de una escopeta. Como era natural, me puse de un salto delante del señor Párroco, a fin de librarle, recibiendo yo la descarga, pero no se atrevió a disparar el infeliz. Bien pronto recibió su castigo, pues noticiosa la gente de lo que había sucedido, pusieron a aquel desgra- ciado en tales condiciones, que la vida se le hizo impo- sible en el pueblo, no teniendo más remedio que salir de allí para marchar a Tolosa, donde murió mise: rablemente.» Accidente parecido le debió suceder en Marciac, departamento del Gers, donde parece que el Misio- nero se vió en gran peligro, a causa de una embos- cada que le armó un joven libertino, despechado por

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