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EE E Otro día, mientras los peregrinos conducían en triunfo, por la explanada de Quezac, la imagen de la Virgen, tuvo la desgracia de pasar un incrédulo, que afectando mucha arrogancia y gran despreocupación, no quiso descubrirse. El Misionero, antes que aquel infeliz se diera cuenta de la estratagema, hizo una señal al que marchaba delante con la Cruz, y el impío se encontró de repente rodeado por todas partes de la procesión que lo fué poco a poco acorralando. Vién- dose de este modo convertido, bien a pesar suyo, en centro de toda la ceremonia, no pudo escapar por ningún lado, y no tuvo más remedio que escuchar hasta el fin, completamente avergonzado, una ardo- rosa alocución, pronunciada por el Capuchino, y que más iba dirigida a él que a la muchedumbre que le rodeaba. Al valiente luchador de Cristo le gustaban los golpes sensacionales, y para conseguirlo no dudaba en algunas ocasiones intentar lo que todos reputaban imposible. Así, por ejemplo, en Meymac, la fiesta de San Leodegario, Patrón del pueblo, se había paga- nizado hasta el extremo de verse convertida en una fiesta completamente profana, en la que parecían san- cionadas por la costumbre todas las ligerezas con- cebibles. El P. Maríia-Antonio, que casualmente se hallaba predicando aquellos días en la ciudad, quiso poner término a semejante escándalo, y anunció desde el púlpito que el día de las fiestas sería aquel año un día de luto. Por la mañana, después de la Comunión general, se celebraron solemnes Funerales por el eter- no descanso de todos los difuntos de la Parroquia, y por la tarde organizó la procesión al cementerio. Todo
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