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A — p hi ' B hi 4 ” 6 Y a 136 ni uno solo de cuantos las recibieron había sido herido por las balas del enemigo. Una de las diócesis en que más predicó el P. María- Antonio, donde más triunfos obtuvo y donde mayor popularidad adquirió, fué la de Auch. A ella había consagrado las primicias de su Apostolado, recorrién- dola a pie en todas direcciones, para evangelizar sus pueblos, y tal era la opinión de Santo en que todos le te- nían, que las gentes afluían en masa a los caminos para verle pasar y recibir su bendición, como debieron afluir en otro tiempo las turbas para ver al Salvador. Hasta su misma madre, según nos dice un Religioso, solía rogar al cielo que le concediera a ella también la gra- cia de verle pasar para recibir la bendición de su hijo, Y no obstante, aún en aquel territorio privile- giado, donde tantos triunfos había conseguido, permi: tió el cielo que el corazón del Apóstol experimentara no pequeñas decepciones, con el fin de que su alma se mantuviera libre aun de los afectos al parecer más justificados. En Goudrín, donde se hallaba predicando el Jubileo de 1875, tuvo que sufrir la oposición de un zapatero, vecino de la Parroquia, que no contento con golpear estrepitosamente las suelas, mientras el Padre predicaba, solía mortificar con sus dicharachos a los que acudían a la Misión, resultando de aquí que, muchos hombres, esclavos del respeto humano, deja- ran de asistir a la iglesia. No pudiendo el Misionero sufrir por más tiempo aquella lucha sorda que a su predicación se hacía, entró una mañana con la sonrisa en los labios en la tienda del zapatero, y dándole la mano se sentó en un banquillo. Había entrado a que le arreglase las sanda:
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