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10 otros, no pudieron terminar la Misión que intentaban predicar, por haberlos expulsado el pueblo a pedra- das. Así es que cuando el Párroco de Frontón vino al Convento a rogarme que fuera a predicar me dijo: «Me he guardado bien de decirles nada de lo que estoy tramando, pues es necesario cogerles de impro- viso. Ellos no van a la Iglesia sino el día en que se celebra la primera Comunión de los niños. Vaya usted ese día, y yo le aseguro desde ahora que todo el pueblo estará en vísperas. Dios y usted han de hacer lo demás.» Como se ve no era esto muy a propósito para dejarle a uno tranquilo. No obstante, llegamos mi compañero y yo el día y hora señalados, pero al atra- vesar las calles de la ciudad para dirigirnos a la iglesia, las mujeres que, sentadas por grupos en las puertas de las casas, se entretenían jugando a las car- tas, nos recibieron tan mal, que mi compañero trató de volverse atrás, dejándome solo sobre el campo de batalla. »Entramos en la iglesia, y efectivamente, se hallaba literalmente llena, como me había dicho el cura. Subí al púlpito, empecé a predicar y noté que la gente escuchaba con atención. Esto me animó antes de tiempo, pues en el momento mismo en que dejé esca: par de mi boca la palabra «Misión,» toda la gente, como si hubiera sido lanzada por un solo resorte, empezó a salir de la iglesia. En vano hicimos repicar al día siguiente todas las campanas de la torre. Nadie acudió. ¿Qué hacer? Mi compañero, desalentado por completo, quería salir a todo trance del pueblo, Por otra parte, el Párroco no nos prometía ninguna garantía de éxito.
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