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e > o nds A qa. 132 — «Fuí a pie desde Tolosa—dice el Padre —y después de tocar la campana de la Iglesia todo lo fuerte que se pudo, subí al púlpito, en medio de la expectación de todo el vecindario, que había acudido arrastrado por la curiosidad. Prediqué en dialecto, en francés, en todas las lenguas que sabía. El pueblo parecía conmo- verse, y esto me animó no poco. Así es que, al termi- nar mi sermón, rogué a los hombres, que después de la Reserva se quedasen en la iglesia, pues tenía que decirles en particular algunas cosas. Mas ¿cuál no sería mi sorpresa, al ver que después de la función, no contentas las mujeres con obstinarse en no querer abandonar el Templo, se reían y hacían burla de los hombres, haciéndoles guiños y muecas...? Avergon- zados éstos, se salieron de la iglesia, y las mujeres marcharon detrás, alegres de haber conseguido lo que deseaban. Hasta el Párroco y los acólitos huyeron de allí, dejándome completamente solo. »Dos horas después me envía el cura un recado con la criada, diciéndome que fuese, porque la cena estaba ya sobre la mesa. Fácil es comprender qué apetito sería el mío, después de escena semejante. Ni comí, ni pude reconciliar el sueño en toda la noche, En cambio el buen Párroco, que, por otra parte, tuvo la prudencia de no hacer durante la cena la menor alusión al incidente, comió y durmió por todos, pues en nada se le alteró el apetito. » Aquella noche la pasé toda en oración, pidiendo al Señor me dijera si debía permanecer todavía en aquel pueblo, o si sería mejor que partiera a la mañana siguiente. La perplejidad en que me encontraba era grande a causa de haberme prometido el señor Obispo

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