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— 131— pudieron separarse de él. Semejante estratagema fué el comienzo de un éxito sin precedente en la ¡iglesia de San Nazario. «¡Cuántas veces me han preguntado—escribía el P, María-Antonio, quejándose de las leyendas que inventaban las gentes, —cuántas veces me han pregun- tado: —Padre, ¿es cierto que en una ocasión dió usted la señal de alarma, y corrió por la ciudad gritando ¡fuego! ¡fuego! con el fin de atraer la gente hacia la iglesia? En todo esto no hay de verdad más que el hecho de Carcasona, y aun éste lo han adulterado de un modo escandaloso.» En Astaffort, como el pueblo no acudía tampoco a la iglesia, el Misionero hizo imprimir y colocar en las esquinas grandes anuncios con una invitación muy bien pensada, obteniendo mediante este procedimiento un éxito completo, Pocos años bastaron para que se formase la leyenda, Se decía que el Padre había anun- ciado la Misión por las calles, acompañado de un tamboril, como anuncia una compañía de circo sus piruetas y bufonadas. Estas invenciones del público, aunque nacidas del entusiasmo que hacia él sentían, y de la popularidad de que gozaba, no por eso dejaban de molestar a nuestro Misionero. En una Parroquia de las cercanías de Montauban, un anciano sacerdote, corso, gran fumador, de muy buenos sentimientos, pero también muy negligente en el cumplimiento de sus obligaciones, había dejado perder la devoción y piedad de sus feligreses. El Alcalde del lugar, pariente del P. María-Antonio, pudo conseguir de él a duras penas el que llamase al Misionero Capuchino para dar una Misión al pueblo,
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