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— 125— fama de indiferente, fué considerado como un milagro. El mismo éxito tuvieron las Misiones en Meymac y en Ucerche. «El suave perfume de la Misión—le escri- bía el Párroco de esta última ciudad, —se conserva todavía en el pueblo con toda su fragancia. Sobre todo los hombres, objeto predilecto de los desvelos de usted, asisten en gran número a Misa los domingos, muy satisfechos de seguir ocupando en los nuevos bancos el sitio que usted señaló a cada uno. Por las calles no se oyen sino cantos religiosos. En este mismo momento pasa un grupo bajo mi ventana, can- tando el «Marchons au combat, a la gloire...» (mar- chemos al combate, a la gloria). Terminaremos este capitulo con el curioso relato de la conversión de Pierrase, el Molinero de Ysle-en Jourdain, uno de los frutos recogidos en la Misión que predicó nuestro Misionero en dicha ciudad. Deje- mos hablar al P. María-Antonio. «La Misión fué una serie no interrumpida de triun- fos. Dos hombres hubo tan sólo que opusieron alguna resistencia. Uno en la ciudad y otro en los alrededo- res. Después de varias tentativas infructuosas, conse- guimos por fin reducir al de la ciudad. Al del campo fué más difícil conquistar, porque siempre se nos esca- paba, teniendo gran cuidado de no encontrarse con nosotros. El sobrenombre con que se le conocía era Pierrase, esto es, Peñasco, nombre bien significativo, y tan bien merecido lo tenía, que cada día aumentaba la duda de si llegaríamos o no a reblandecer aquel corazón de roca.» No obstante, el P. María-Antonio lo pudo conse- guir. La siguiente narración tenía una gracia y colo-
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