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E TT RA — 122— hacer un largo y enojoso inventario de sus correrías Apostólicas, cosa que no entra en el plan que nos hemos propuesto, siendo por esto completamente inútil en este lugar. Contentémonos con espigar los atrevimientos de su incansable celo, los éxitos más asombrosos, sin despreciar por eso las anécdotas de que están salpicados sus muchos años de Apóstol, y que tanto contribuyeron a conquistarle la aureola de popularidad que le acompañó hasta el sepulcro. En Rodes, Monseñor Bourret, que le estaba oyendo predicar sobre el Sumo Pontífice, se levanta de repente y exclama en voz alta, delante del auditorio: «Jamás habló un hombre como este hombre.» Elogio de gran valor y poco común en los labios de aquel crítico severo. Durante la Misión que dió en Millau, tuvo lugar una anécdota curiosa. Una de las tardes anunció el Padre desde el púlpito que el sermón del día siguiente sería sólo para hombres. Mas ¡cuál no fué su asombro, cuando al entrar en el templo se encuentran con que las mujeres lo habían invadido todo, desde muchas horas antes, imposibilitando la entrada a los hombres que aguardaban de pie en la plazal Era el demonio que se proponía triunfar, sirviéndose de la curiosidad, tan propia de las hijas de Eva, Inmediatamente, a fin de que no quedase defraudado el fruto que esperaba, ideó un plan de estrategia, y se preparó a responder a la invasión mujeril con un golpe original. Avisó de antemano al sacristán y acólitos, instruyéndoles acerca de lo que debían hacer, y fingiendo olvidarse de la promesa hecha el día anterior, empezó como de costumbre los ejercicios de la Misión. Después de diri-
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