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— 115 — Sien las grandes y numerosas misiones, que por aquel tiempo predicaban los Capuchinos, se le asigna- ban de ordinario las olvidadas iglesias de los arraba- les, era en primer lugar, para satisfacer los deseos de su corazón y para que hiciera en la gente más inculta y difícil un bien que él solo podía hacer. i El P. Lorenzo de Aoste, que le había recibido al Noviciado, era todavía provincial y le gustaba diri- gir por sí mismo aquellas grandes misiones, en las que su envidiable talento de predicador alcanzaba triunfos que no se han podido borrar en más de 50 años. La primera campaña en que dicho P. Lorenzo hizo tomar parte al joven apóstol de Tolosa, fué la de Cahors, asignándole la Parroquia de S. Ursicio, la más pequeña de todas. Ante el empuje religioso que supieron imprimir los Padres en el alma de la ciudad, las iglesias se llenaron de bote en bote desde el pri mer día. Los periódicos hacían gemir sus prensas, ensalzando los grandes méritos de los Misioneros: mas entre todos y a pesar de su poca edad, llamaba la atención el Capuchino de Tolosa. ¡Qué iniciativa la suya, qué celo, qué amor al pue- blo, y sobre todo, qué industria para traerlo al redil de Jesucristo! Nada debe por lo tanto extrañarnos, que a los dos días de llegar, se hubiera hecho ya célebre. No esperaba a que los pecadores fueran a él, él mismo los buscaba por los campos y senderos. Pasando cierto día al lado de una cantera, donde trabajaban algunos obreros, les ayudó a levantar una piedra enorme, diciéndoles después: «Amigos, esta tarde os espero, para levantar otro peso más grande todavía, que Oprime vuestro corazón.»

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