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— 113— dijeron. «Entró en su casa todo pensativo—dice el P. María-Antonio- -y con la reflexión vínole al alma el arrepentimiento de sus faltas, presentándose al día siguiente, muy de mañana, en nuestro Con- vento. Era un capitán del ejército, ya de edad y lleno de deudas para con el Señor, hacía 50 años. Su conver- sión fué tan sincera, que llegó a ser apóstol celosísimo de la religión, consiguiendo traerme al confesonario, uno a uno, atodos sus amigos, aun a los más frios y empedernidos.» Aprovechándose de esta popularidad tan arraigada y bien adquirida, determinaron algunos presentarle como candidato al Consejo General en las elecciones de 1880, frente a M. Constans, entonces primer minis- tro. Mas a pesar de las reiteradas instancias que hicie- ron los católicos para poner en práctica esta idea, los Superiores no lo juzgaron conveniente, y hubo que desistir de ella, no sin gran descontento de muchos, que estaban dispuestos a conquistar para el Padre un puesto en la Cámara de diputados. Su hábito y su aus- tera presencia hubieran producido en verdad un efecto curioso y sensacional entre aquella gente.—«Y ¿qué iba V. a hacer allí?—le preguntaban algunos. —¿Qué iba a hacer? Pues ponerlos a todos de rodillas para rezar el Veni, Sancte Spiritus, y si no querían, leer- les los exorcismos.—Ya le hubiera costado a usted trabajo.» 8,—P. MARÍA - ANTONIO
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