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— 111 — Los gritos de los niños se confundian con las voces varoniles de los hombres, y éstas, a su vez, se mezcla ban, en unión llena de poesía, con la argentina voz de las jóvenes. Envidiaba la felicidad de aquellos bravos montañeses, que en su tosco pecho encerraban todavía un corazón que sabía cantar a su Dios, y cuyas fibras vibraban de amor a Jesús.» Estos mismos consuelos llegó a' gustar por aquel tiempo en su querida ciudad de Tolosa. «Cada misión —dice—era un triunfo. Aquélla fué verdaderamente la edad de oro. ¡Qué tiempos tan distintos de los nuestros! Cuánto mayor era la facilidad que entonces sentía para dominar aquel pueblo, cuánto más capaz era de arrastrarlo y levantarlo con un solo gesto de mi brazo, tanto más insensible y frío lo encontré poco después.» El P. María-Antonio había llegado a ser el hom- bre más conocido en Tolosa; aquel cuyo nombre se pronunciaba con más frecuencia en todas partes, aun en aquellos lugares que por su propia índole son más ajenos a preocupaciones serias, como nos lo prueba el hecho siguiente: Había en Tolosa, como hay en otras partes, ciertos teatrillos infantiles, ante los cuales suelen reunirse con avidez los niños y cuyas escenas, sencillas y gro- tescas a la vez, provocan la hilaridad y la risa, aun de las personas mayores. Los actores, simples muñecos de madera, cuyos miembros articulados son movidos por un hombre oculto en el escenario, haciéndoles hablar con fingidas modulaciones de su voz, son bien conocidos, sobre todo el actor principal, que por lla- marse ordinariamente Guiíñol, ha dado el nombre a esta clase de diversiones populares.
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