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— 109 == durante el mes de María se agolpaba en la Catedral, que la gente, extendiéndose por la Plaza de San Este- ban, llegaba hasta las puertas de la Prefectura, cosa que no se había conocido jamás, ni aun tratándose de los predicadores más célebres de Francia. En San Nicolás, la iglesia, la sacristía, el presbiterio, todo estaba lleno, subiéndose la gente para oirle, hasta sobre los confesonarios. Sucedió en esta Parroquia, que el amo de una posada del barrio envió recado con uno de los mona- guillos, para decir al Misionero, que en su casa se encontraban tres individuos que no habían hecho aún su primera Comunión. Eran tres mozos de cordel, borrachos impenitentes, tan pobres y miserables que se acostaban los tres en la misma cama mediante el pago de diez céntimos cada uno. No asustó la noticia al Misionero, y sin aguardar al día siguiente, fué a coger la presa en su mismo nido. Aquella misma tarde, después del sermón de la noche, se hizo conducir a la posada y sorprendió a los tres parroquianos en la cama. Hizo que se levantaran y les confesó uno tras otro. Los triunfos que obtuvo en los alrededores de Tolosa, no eran menos que los que obtenía en la ciu- dad. San Sulpicio de Tarn conserva todavía el recuerdo de uno de ellos, archivado en la Casa Con- sistorial y firmado por el Alcalde y los Concejales. En Aussona, todos los hombres del pueblo habían asistido a la misión menos uno: el herrero. Al termi- nar la erección del monumento que se levantó a la Virgen como recuerdo de la Misión, se hizo una plega- ria por la conversión de aquella alma endurecida.—

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