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— 105— manera la veneración de las gentes. De aquí que cada día acudieran a él con más fe y recibieran con más docilidad sus consejos. La historia de la col fenome- nal, historia que recorrió toda la prensa de Francia, teniendo numerosas ediciones ilustradas, notable- mente corregidas y escandalosamente aumentadas, a causa de que los periódicos, como las comadres de barrio, tienen el don de la amplificación, vino a con- firmar y aumentar más todavía su popularidad. He aquí el hecho reducido por el mismo P. María-Antonio a sus debidas proporciones. «Era en la primavera de 1859. Dirigíame cierto día a confesar a una pobre anciana que habitaba en la calle del Acueducto, cerca del canal, cuando sale a mi encuentro una mujer, y deteniéndose de repente me dice:—«Entre usted por este corredor. Allá en el fondo del jardín hay un hombre que es necesario con- vertir. Tiene tres hijas y no las educa cristianamente; trabaja los días de fiesta y jamás pisa la iglesia.» Pregunté cómo se llamaba el hombre y rezando con fervor el Ave María penetré en el jardín. »Allí se encontraba en efecto, trabajando en un cuadro de coles.—«¡Ola, Juan! —le dije al acercarme, —alarga esa mano. Pasaba por aquí y he querido visi- tarte, porque me parece que eres un buen hombre. Pero me extraña una cosa, y es que siendo como somos vecinos, todavía no te he visto en nuestra capi- lla durante la Misa.» —«No se extrañe usted de eso, Padre. No voy a misa porque no puedo ir, pues tengo que ganar el pan para mí y para mis hijas.»—«Amigo mío, no temas, —le repliqué.—Dios no ha dejado nunca morir de hambre a los que oyen misa. Te prometo,

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