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PTE . PA A AT a — p 4 | » q: ynertad — 102 — joven las puras alegrías de la infancia, la felicidad que sintió el día de su primera Comunión, y puse ante sus ojos la deshonra que con su modo de proceder había arrojado sobre la familia, la desesperación de su pobre madre a la que con sus desórdenes no tardaría en con- ducir al sepulcro... Apenas terminaba estas palabras, cuando la madre, oculta detrás de la puerta, y a pesar de haberle recomendado encarecidamente que no interviniera para nada en el asunto, entra de repente en el cuarto, complicando de tal modo la situa- ción, que estuvo a punto de echarlo todo a perder, Al ver la joven a su madre y al oir su voz entrecor- tada por los sollozos, sufrió un síncope que la hizo caer desvanecida. Cuando empezó a volver en sí, despedí a la madre, y cambiando de tono, comeneé a consolar y animar a la joven. «Ya has visto cuánto te ama tu madre—la dije;—no vino aquí sino para perdonarte. Ahora pues vas a venir conmigo y te conduciré a casa.» Entonces empezó a llorar y a pedirme perdón, con tales muestras de arrepentimiento, que partían el corazón. Inmediatamente tomamos el coche y nos diri- gimos a la casa, donde la estaba esperando su madre. »Mi alegría por la victoria, que acababa de obte: ner sobre el infierno, era prematura. El coche se des: lizaba ligero por las calles de la ciudad, cuando la astu: ta joven me dice: —«una cosa me da pena; el baúl de mis vestidos. La casa está cerca y nos será fácil tomarlo al pasar con el coche, Así acabaré de una vez y nada tendré que ver ya en esta casa.» Ante razones tan justas y buenas en apariencia, accedí al punto: Entonces era yo joven y no sospeché el engaño, pero

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