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100 »Fuí a verme con un coronel de artillería, gran caballero y excelente cristiano, y le rogué me ayudase a poner en práctica el plan que había ideado. Quisiera tender un lazo a esa oveja descarriada—le dije—y para ello necesitaría dos de vuestros artilleros, que sean muchachos formales y de confianza, los cuales se encargarán de llevarla engañada a las habitaciones de un Hotel. Lo demás corre por mi cuenta. Se avino el coronel a mi estrategia y preparé el lazo. Advertí a la señora del Hotel, venerable matrona, muy digna y pia: dosa, lo que sucedía, dándole orden de proporcionar a los nuevos huéspedes cuanto necesitasen. Todo suce- dió como estaba previsto. »Una vez que los tres jóvenes estuvieron en el Hotel, llegué yo en un coche cerrado. Subo al piso, llego a la habitación señalada y abriendo la puerta, entro de repente. Los dos artilleros, bien amaestrados de antemano, desaparecieron como por encanto, que: dándome dueño del campo, aunque por desgracia no del todo, pues no había contado yo con una huéspeda que acompañó a la joven, y que a pesar de su edad ya avanzada, no estaba allí ciertamente para proteger la virtud. A los primeros reproches y amonestaciones que hice a la joven, me interrumpió la vieja, tomando la palabra en tono amenazador, para decirme que la muchacha, como mayorde edad, era completamente dueña de sus actos, que no dependía sino de la policía y que, por lo tanto, nada tenia que ver yo con su con- ducta. »¿Qué partido iba a tomar yo. ante aquella furia? ¿Naufragaría por ventura en el puerto? No. Fin: giendo de repente un grande enojo, empecé también

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