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56 — consistía en un solo hombre, pero joven, sólido y bien formado, un verdadero Hércules en toda la extensión de la palabra, temido por todos los policías de Tolosa, por su fuerza y audacia, y que sin embargo se había puesto por completo al servicio del P. María-Antonio. De tal manera había ganado su voluntad nuestro capu- chino, que hacía de él un cordero o un león según le conviniera. Jamás llevaba un céntimo en el bolsillo, pues tenía costumbre de gastar inmediatamente cuanto dinero llegaba a sus manos. El Padre le repren- día a menudo con dulzura, pero le socorría con inago- table indulgencia. Mas no se crea sin embargo que el P, María-Anto- nio tuviera necesidad de iglesia y salas de reunión para ganar almas y llevarlas a Jesucristo. Como experto cazador las atraía y aprisionaba en las casas, en las calles, en las tabernas, donde quiera que las encontrase. Testigo el siguiente caso que se compla- cía en contar él mismo y del que hablaron mucho los periódicos de Francia. Nosotros tomamos la relación de la Revista titulada «La voix de Chartres». Subía en cierta ocasión el P. María-Antonio hacia su Convento por el barrio de la Cóte Pavée, cuando notó que un borracho, de esos que llevan hasta los pelos de la cabeza manchados de vino, le iba siguiendo hacía ya diez minutos. Algunas veces se le ponía delan- te y torciendo el cuello para mirarle le decía con voz aguardentosa: ¡Olé! ¡María-Antonio! ¡Olé! Pere capucin con fessez ma femme, Pere capucin con fessez-la bien. (Padre capuchino confiese a mi mujer. Padre capuchino confiésela usted bien.)
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