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En tanto el pequeñuelo, como ella, de rodillas en el suelo, fijaba atentamente sus ojazos en el precioso niño, que la Virgen sostiene entre sus brazos. Su rubia cabellera, la corona, que ostenta en su cabeza, su boquita hechicera, sus ojitos y toda la belleza, que el arte supo dar a su semblante, robaron la afición del tierno infante. Alzándose del suelo y alargando hacia el niño de la Virgen la gloria de su dicha y de su celo, aquella saltadora pelotita, dice a su madre: “¿Se la doy, mamita?...” La madre, por respuesta, imprimió sonriente un ósculo en su frente. 49 o á o ón AA

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