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una limosna a esta pobre; una limosna por Dios.” Y la dama no dió oídos a su voz. Los ojos de la mendiga centellearon de rencor y llegó a flor de sus labios una estúpida expresión. mI En el interior del templo se oía el triste clamor de la dama, que pedía protección: “Virgencita de Pompeya, la querida de mi amor, no apartes de mí tus ojos en tan grave situación.” Y desde el umbral del templo replicóle la mendiga en alta voz: 33

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