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Y tú, raudal perenne de maternal ternura, ¿podrías ver gimiendo al mísero mortal?... ¿podrías ver a una alma, cercada de amargura, a ti, Virgen, clamando, y dejar de consolar?... Oh, no: mientras tu nombre, consuelo de mi vida, la humana criatura invoque en su pesar, la súplica que brote de su alma dolorida, cual madre cariñosa, tú siempre acogerás. Tú eres, oh María, un iris de bonanza, que irradia a los mortales brillante claridad; y con su luz bendita sin desmayar avanza el mísero, que anhela los cielos abordar. Tú eres, oh María, emblema de pureza, tú mística azucena, tú zarza del Horeb, tú fuiste preservada de la mortal flaqueza, tú eres el encanto, la gloria del Edén. DS

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