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En medio de esos mares de celestial ventura, en medio de la gloria, que allí tus ojos ven, yo veo que a este suelo los bajas, Virgen pura, donde tan sólo existe miseria y pequeñez. ¿Qué hay en este valle de espinas y de abrojos digno de tu mirada, oh Reina celestial?... ¿qué fuerza misteriosa inclina así tus ojos a ver, cual una madre, la humana mezquindad ?... Tú ves de los mortales la súplica, oh María, como una nubecilla, como un leve vapor, subir hasta tu trono y decirte: «Madre mía», pidiendo en sus pesares tu santa protección. Y tú, consuelo dulce de los que tristes lloran, ¿acaso su plegaria podrías desdeñar?... ¿podrías ser esquiva, cuando a tus pies imploran, en lágrimas deshechos, remedio a su penar?... a
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