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de sus labios subía la «súplica», saturada de fe y esperanza. He pensado: ¿será tan sublime, tan tierna, tan grata, la plegaria que brota del fondo de una alma angustiada, que a la Virgen bendita conmueva y le obligue a otorgarle su gracia?... ¿Será tan piadosa, tan buena, tan santa, esa Virgen de Nueva Pompeya, que de toda su gloria olvidada, incline sus ojos a mirar las miserias humanas, a endulzar los amargos pesares del que ruega, llorando a sus plantas?... Y he sentido una voz amorosa, que decía muy claro a mi alma: —-8l —

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