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Al pasar por vez primera sus hojas emborronadas, como flor de tembladera de igual suerte se agitaban mis manos emocionadas. Tras de su tosca figura y entre sus negros borrones, ¡qué delicada ternura ven los ojos, que lo leen, y qué horribles desazones! «Por las espinas crueles, que mis manos han herido al cortarte estos claveles, Virgencita de Pompeya, concédeme lo que pido.» «Si llego a quedar solita ¿cuál será mi porvenir?... Oyeme, Virgen bendita, a mi pobre madre enferma no me la dejes morir.» Me>

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