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¡Pobre madre!... La memoria de su tierno pequeñuelo, lejos de darle consuelo agrandaba su dolor: y en un momento de calma con voz sin timbre así dijo: deseo dar a mi hijo mi postrer prueba de amor. El chiquito de siete años, que allí se hallaba presente, al oir la voz doliente, a su madre se acercó: «mamá, le dijo llorando, no quieres darme un besito?...» y en la frente de su hijito la madre un beso imprimió. Y mientras con una mano las del hijo acariciaba, con la otra se esforzaba la almohada en levantar. Ma

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