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De efe ri na A rs ¡Y a E) pra ir E rn Y AO A 5 a A Idevaran?, El silencio de la noche con su cielo transparente, el correr de la corriente con su lánguida canción, poetizaban los conceptos de su claro pensamiento, endiosaban los afectos de su ardiente corazón. La aromática violeta que entre el musgo se ocultaba, si Francisco la pisaba, ¡cuánto debía gozar!... y la tímida avecilla, que allí cerca se escondía, a las frases, que decía, ¡qué atenta debía estar!... Y las aves trinadoras y las flores olorosas y las fuentes rumorosas de aquel silvestre vergel, — 158—