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dal, e 0 ol IA pa A A A A rat a ni el anublarse el cielo con nubes torrenciales, ni los cercos de agudos espinales entibian los ardores, que a las noches le traen desvelado: llenar de blancas flores que es todo su cuidado el huerto que su sangre le ha costado. ¡ Y qué bien en su oído el eco de estas voces resonaba!... en alas del sentido que en ellas se encerraba más alto que los astros se elevaba. Pasó por este valle y los ojos terrenos ni le vieron: pequeño era de talle; después, cuando supieron, en ansias de mirarle se encendieron. — 14 —

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