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r r 69 Estos ranchos hru1 sido levantados por los sybundo– yes y mocoas, quienes, como indios, ponen poco cui– dado en lo qne hacen si no hay qnien los dirija ó in– funda temor. Son tan malos tales albergues, que sólo por urgente necesidad puede uno entrar en ellos; aña– cliéndose á esto que, por muchísimo cuidado que ponga el viAjero, no se escapa de recibir cierta compañía que le molesta y chupa la sangre. El haber de dormir pre– cisamente en los ranchos mencionados es uno de los mayores trabajos para los que van á Mocoa. Oreo no costaría mucho hacer uno regular, en el que hubiese alguna limpieza. El día 11 dejamos el rancho Patoyaco, 'y caminamos hacia Minchoy. Pasamos multitud de veces este río sin que ocurriera desgracia alguna. Subimos al pi1erto Portachuelo, en donde sufrimos frío y nn paramito, parecido á las ventiscas de nieve: pasado el puerto tuvimos buen camino y buen tien1po hasta Sybnndoy, á donde lleg·amos temprano. Los sybuncloyes quedaron sorprendidos al vernos, rodeándonos al momento los blancos, quienes nos obse– quiaron con café. Al otro día asistieron á Misa algunos blancos y unos pocos indios, y les hice un sermón . Examiné unas fuer– tes paredes, vestigios de la iglesia y convento que hu– bo en otro tiempo, y que según tradición fué ele Fran– ciscanos. Algunos ancianos me dijeron haber visto la iglesia y el convento, que quedaron destruídos en el terremoto que hubo hace unos cincuenta Rños. La iglesia estaba cubierta con teja, y todavía J1ay rnnchos ladrillos amontonados. La desidia ele estos indios ha hecho se olvide hasta el punto de donde sacaban la tie– l'l'a para fabricar teja y ladrillo. Al medio día reuní en la iglesia á los indios, y trata-

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