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,, 68 Sns costumbres son semejantes á las de los otros in– dios: nsan mucho el achote para pintarse, y de la chi– cha para alimentarse y embriagarse, qne es el vkio ca– pital entre ellos, y que costará mucho extinguir. Vis– ten cusma de lienzo, llevan sus hierbas en el brazo, plumas en las orejas y narices, y la chaquira, que á ninguno ha de faltar. Tienen el pelo más corto que los sybundoyes y más largo que los pntumayos: son supers– ticiosos con los muertos, y muy amantes de conservar sus costumbres como todo indio. No están viciados á pesar del roce y trato que tienen con los indios de Mocoa. El 8 de Noviembre salimos de Mocoa, despidiéndo– nos de nuestros queridos indígenas, que en las afueras de la ciudad, llot·aban al separarse de nosotros; los muchachos de la población nos siguieron un buen rato, hasta que les obligamos á volverse. Nos detuvimos media hora, en la hacienda del señor Martíue7,, en donde reunimos á todos los cargueros, de– jando Pnebloviejo para internarnos en la montaña. A las tres llegamos al rancho Campocana, donde per– noctamos. Al 'otro día el P. Francisco dió una tremenda caída en un lugar que llaman Playa, la cual, aun cuando no le i)npidió caminar, le obligó á subir varias veces á las espaldas del estribero. Nos apresuramos por temor ií las lluvias, y á las cnatro y media llegamos al rancho Patoyaco. En estos ranchos apenas podíamos cobijarnos todos, y era de ver á los pobres indios de Mocoa que nos aco1npañaban, cómo se acostaban jnntitos para evitar el frío, que necesariamente tenían que sufrir , pues no llevaban sino una cusma delgada.

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